En Londres de museos

 

Llueve en Londres, lo sé, no es una sorpresa. Estoy en un café escribiendo y me encuentro a Carol y Ricardo, dos amigos de México con los que me animo a ir a un museo. Caminito y manta nos vamos en tren a la Saatchi Gallery, emplazada en un hermoso y gran edificio rodeado de jardines.

Allí vamos a ver una exposición sobre los tesoros de Tutankamon, su historia y su vida.

Qué curioso que un faraón que en su día fue eliminado de la faz de la tierra hasta no dejar de él ni rastro, se haya convertido probablemente en el más famoso de Egipto.

Salimos y sigue lloviendo, aun así quedamos en el mojado Picadilly Circus con Toni y Darío para ir a cenar al Barrio Chino o Chinatown, antes de regresar a casa.

Despierto a la mañana siguiente y me encuentro una gran sorpresa, ¡ha salido el sol!, así que me arreglo y cojo el metro hasta Kings Cross y la bella estación de ferrocarril St. Pancras, que se encuentra adyacente a este fabuloso hotel.

Frente a él hay un mercadillo callejero, me acerco y cual no es mi sorpresa cuando veo crema de pistacho, esa misma que descubrí en Roma y me requetechifla, así que me compro un rollito relleno y sigo mi camino.

Cruzo la calle a la derecha y allí está la Biblioteca Británica, una de las mejores del mundo, en cuya entrada admiro una gran colección de libros que forma un gran pilar lleno de obras antiguas.

En una de sus salas admiro la Carta Magna, manuscritos de Jane Austen sobre su escritorio de viaje, un original de William Shakespeare, algunas canciones de los Beatles y tantos otros tesoros literarios.

Textos antiguos y curiosos como este libro, la traducción más antigua del Nuevo Testamento, escrito de una forma diferente según me explicó un amable señor, intercalando dos lenguas, el inglés antiguo se añadió al latín y de él viene la expresión “leer entre líneas” porque entre ellas está el mensaje en la lengua que elijas.

 

Desde allí camino por las bellas calles londinenses y algún que otro parque, ¡qué bonita es la ciudad cuando sale el sol!

 Llego a la Casa Museo de Charles Dickens, sí de él, ¡qué emoción!

Recorro la casa, palmo a palmo. Encuentro secretos, publicaciones, soy testigo de cómo vivían.

Me choca esta especie de cisterna, y descubro que es la antecesora de la lavadora, la cual tenía fuego debajo mientras alguien hacía rodar la ropa con un palo de madera. Su secreto es que una vez a la año, después de limpiarla se usaba para hervir los Christmas puddings, tradición que nos cuenta en “Cuentos de Navidad”.

Mi lugar favorito es su escritorio dentro de su biblioteca, allí escribió “Grandes Esperanzas” un libro con el que disfruté tanto y del que os hablé en otro post.

También me gusta la sala donde se reunía con amigos y se colocaba sobre un estrado para recitarles sus obras, o simplemente se sentaba en su butaca a leer.

Después de un chocolate acompañado de un rico brownie en la pequeña y súper cuqui cafetería de la casa y feliz de haber disfrutado “la huella” que dejó uno de mis escritores favoritos, sigo mi paseo.

En el mismo barrio también se encuentra el formidable Museo Británico, que suerte la mía, cuya entrada es gratuita.

Es gigante, tanta historia ensartada dentro de este bello edificio bien merece un paseo por él.

Quiero ver primero los secretos de los vestigios romanos en esta isla, también me apetece ver la parte de Los Tudor que tan clave han sido en la historia de este país, ¿habéis visto la serie? Me encantó.

Una vez he satisfecho mis prioridades sigo caminando entre salas y pasillos, admirando todo lo que este museo me quiere contar.

Es hora de regresar, pero antes paso por el segundo parque de bomberos con más salidas de la ciudad, el Euston Fire Brigade; de nuevo en una misión de búsqueda de camiseta para mi amigo Ricardo y como siempre, soy bien recibida, amablemente me enseñan el parque y me regalan una de sus viejas camisas.

Ahora sí, ya oscureció y conviene regresar en compañía de Jane Austen, no podía ser otra y de su gran obra “Orgullo y prejuicio” publicada en 1813 y una de las grandes historias de amor de todos los tiempos. Quien nos iba a decir a nosotras que Mr. Darcy iba a ser uno de los grandes galanes de la historia, cuando la pluma de Austen nos traslada a principios del siglo XIX, tiempos en que el casar bien a las hijas era tarea primordial para la madre de cinco muchachas, en una sociedad donde las mujeres no heredaban y su reputación era lo más importante que tenían y que tan bien satiriza la autora. El rol de la mujer estaba establecido, las clases sociales muy marcadas y diferenciadas.

La historia versa sobre cinco jóvenes criadas por su madre que asisten a fiestas, emprenden algún viaje, o cometen alguna travesura mientras que, entre la íntegra hija segunda Elizabeth Bennet y el guapo y rico Señor Darcy se desarrolla un cortejo con altos, bajos, algunos malentendidos y mucho amor.

 

 

 

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