Día 31 de diciembre, hoy se acaba el año y aquí estoy en Sydney, el único lugar del mundo en el que quería estar. Lo primero que hago es ir a saludar a sus dos puntos de referencia, la Ópera House y el Puente que hacia tantos años que no veía.
Me encuentro las calles cortadas por las celebraciones de año nuevo. Los punto estratégicos con las mejores vistas a los fuegos artificiales están cerrados con barreras y solo podías entrar si había comprado entrada. Para tener un buen lugar, fueras donde fueras, tenías que madrugar y guardar sitio.
Alrededor de la Ópera House la gente acampaba, literalmente.
Yo estaba recién llegada, me caía de sueño y cansancio, así que pensé en dormir unas horas para luego poder disfrutar de la noche. Había reservado una cama en un hostal como una mochilera, en un país muy popular entre los mochileros. Me di cuenta que estaba en el mejor de la ciudad, el Sydney Harbour YHA, en la calle Cumberland. Tenía una terraza con vistas a la bahía, y aunque todos los tickets para la fiesta de fin de año estaban ya vendidos, esa noche me las apañé para encontrar una ventana con buenas vistas a los fuegos artificiales.
Me desperté a las siete de la tarde con una lluvia torrencial y pensé en todos los que estaban acampados. Gracias al cielo la lluvia paró y los planes para la ultima noche del año continuaron. Me fui a dar un paseo para sentir el ambiente festivo. Me di cuenta que la fiesta la celebran antes de las doce, tras los fuegos parece que todos se van a casa.
A las nueve de la noche empiezan los fuegos artificiales para los niños, y a medianoche los que siempre veía desde mi casa al mediodía y me decía, “allí es donde quiero estar”. Fueron maravillosos, excitantes, me emocioné, me acordé de mi papá que hacía muy poco nos había dejado.
Debo mencionar que aunque es un espectáculo fabuloso hay que recordar cuantos animalitos se asustan y entran en pánico, cuantos peces y delfines debieron huir de la bahía esa noche. Debemos cuidar de ellos, somos su voz.
Tras los fuegos me fui a dar otro paseo contracorriente, ya que todos estaban de regreso, y a disfrutar de las calles mojadas y llenas de gente, en este nuevo año que empezaba en una ciudad que me robó el corazón y se convirtió en uno de mis lugares favoritos del mundo.
A la mañana siguiente cogí mis bártulos y me dirigí al que iba ser mi hogar los próximos diez días. Había reservado la habitación a través de Airbnb, y nada más entrar en la casa sentí una energía maravillosa, olía a incienso, y había una lámpara de sal, que me encantan, encendida. Helene, la dueña estaba fuera, así que me instalé en mi luminosa y aireada habitación que daba al jardín.
Como no tenía internet salí a las calles y dejé que mis zapatillas me guiaran. A dos minutos de allí fui a dar con el bonito parque Anderson junto al embarcadero. Al tener Sydney la mayor bahía natural del mundo viven bastante rodeados de agua, me sentí en mi salsa.
Allí encontré unas escaleras que daban a un barrio residencial súper bonito, también fui a dar a una parada del ferry, el barco que usan tanto como el bus o el tren en esta ciudad, con tanta agua es una buena forma de llegar a muchos sitios.
Buscaba un lugar para comer así que decidí regresar. En el parque me encontré a un caballero que paseaba a Joey, mi primer amigo perruno de la ciudad. A la antigua usanza le pregunté direcciones, tras una agradable charla me indicó como llegar a la calle principal de Kirribilli. Había comercios, cafés, restaurantes y una pequeña iglesia.
Fui a dar con un pequeño café llamado Osky, y allí degusté mi primera comida del año, un Karma Bowl delicioso. El agua del grifo está muy rica con lo que en los restaurantes te traen una botella de cristal y un vaso a la mesa, o puedes cogerla tú directamente.
De nuevo el dueño fue súper amable, entabló conversación conmigo y con el resto de los clientes. Una de las mejores cosas de este viaje han sido los habitantes de este lugar, todos son muy amables, te dan la bienvenida, te ayudan, son súper relajados y de muy buen trato.
Estaba encantada con mi barrio y mi casa quedaba a cuatro minutos de la parte norte del puente y de la estación de tren Milsons Point.
Hoy os quería hablar de un libro muy especial llamado “Las Voces del desierto” de la autora Marlo Morgan. En él una doctora americana llega a Australia y tiene la experiencia más increíble y espiritual de su vida cuando se embarca en un viaje místico por el “outback”, que es como llaman a las tierras del interior. Acompaña a una tribu de aborígenes, de los que aprende su forma de vida y su conexión con la tierra. Un libro que no os dejará indiferentes y os reconectará con vuestra parte más espiritual.
Estad atentos nómadas, esto no ha hecho más que empezar, vienen muchos más post de todas mis aventuras australianas.
G’day mates!