Navidades en Nueva Zelanda

Hace ya varios años, empaqueté mis cometas y el neopreno y me fui a buscar aventuras a la antípoda. En diciembre, a punto para las navidades, llegué a Auckland, la mayor ciudad del país conocido como Aotearoa, que significa “de la nube blanca” en maorí.

Tenía un acuerdo con una señora, yo le cuidaba la casa y el gato un mes, mientras ella y su familia estaban de viaje, es lo que en inglés se llama house sitting y cat sitting (por el gato).

Me instalé con el minino Tahi, que en maorí significa “uno”. La casa quedaba cerca de St. Heliers Bay, una playa no muy grande en una zona residencial. Frente a ella había un volcán, uno de tantos en este país, da igual desde que ángulo los mires, tienen siempre la misma forma.

Kiwi no es solo el nombre de la fruta que proviene de estos lares y que todos conocemos, sino también el nombre del ave que representa a este país, de ahí que a los neozelandeses también se les llame “kiwies”. Una familia kiwi me invitó a pasar la Nochebuena con ellos. No los conocía en persona, solo había intercambiado algunos emails con la matriarca, que fue quien me puso en contacto con la dueña de la casa donde yo vivía. Igual que en México, me acogieron con mucha amabilidad y me dieron una cálida bienvenida, sobretodo la abuelita.

Tras una bonita y memorable Nochebuena, llegó el día de navidad y no tenía planes, tampoco los tenía Nick, un joven kite surfista italiano que estaba en el país aprendiendo inglés,  así que decidimos ir a explorar. Conduciendo llegamos al Parque Regional de Waitakere, desde allí pudimos admirar sus increíbles vistas, caminar por el frondoso bosque, cruzar el puente sobre un riachuelo que corría por allí, naturaleza, naturaleza y más naturaleza.

Caminando llegamos a las cataratas Kite Kite, no son muy grandes, pero sí muy bonitas, sobre todo por estar rodeadas de tanto verde.

Algunos kilómetros más allá se encuentra Karekare, una bella playa de surfistas, sin nada más que mar, arena volcánica, y millas y millas de nada. En su entrada, si ha bajado la marea, aparece un rio que tendréis que saltar para acceder a la playa. Es un lugar fabuloso, naturaleza en estado puro, y solo unos pocos humanos pululábamos por allí.

Pasamos un día de navidad estupendo, diferente y feliz, si no, ¡mirad!

Al día siguiente nuestro espíritu aventurero navideño seguía en alza, así que nos montamos en el coche y fuimos a Piha Beach, sí, la misma que salía en la película “El Piano”. Popular entre los surfistas y mágica, o eso me pareció, cuando vi los dibujos maoríes en su arena que,  imagino, algún artista local debió crear.

Descubrí otra playa espectacular, Muriwai, la baña el mar de Tasmania, que es el que separa NZ de Australia. Sus olas y corrientes son salvajes. La resaca era tan fuerte que el mar me arrastraba hasta tirarme, y eso que solo me llegaba a las rodillas.  Permitían a los bañistas usar un pequeño “pasillo” de agua de lo arriesgado que era; los únicos que se aventuraban mar adentro eran los kite surfers. Allí conocí a un socorrista australiano de cabello largo y blanco que me contó historias de sus rescates en el mar.

Nos acercábamos al año nuevo en la ciudad de Auckland y su famoso puerto. Lo que más me impresionaba a diario era ver como bajaba la marea y el mar … ¡se iba! Literalmente, y dejaba los barcos de lado.

El edificio más icónico de la ciudad, y que podréis ver en la distancia al regresar de vuestras aventuras es la Sky Tower, la más alta del hemisferio sur.

Desde el Monte Victoria obtendréis una buena foto del skyline de la ciudad, un parque ideal para pasear y comer un picnic a la vez que se disfrutáis de las vistas.

Otro de los lugares desde donde podréis ver la silueta de la ciudad es el Monte Eden, un volcán dormido con unas vistas fabulosas. Cerca de allí está el estadio Eden Park, donde muchas veces juegan los All Black, que seguro que conocéis.

Hoy quería hablaros de una novela, o mejor dicho, de una de las trilogías de la autora Sarah Lark. El primero libro se llama “En el país de la nube blanca” que es como llaman a Nueva Zelanda los maoris. En él la escritora nos cuenta las aventuras de estas dos mujeres al embarcarse, en el año 1852, rumbo hacia Nueva Zelanda. De camino forjarán una gran amistad, a pesar de ser de clases muy diferentes y personalidades opuestas. Allí les esperan sus futuros maridos, que no serán lo que ninguna había imaginado. Vivirán aventuras que reafirmarán su amistad, conocerán otro tipo de vida muy diferente a la de la vieja Inglaterra, de la que se llevaron unos ejemplares de caballos y perros que serán una parte de la historia que me encantó. Amor, odio, confianza, traición, todo ello lo tenéis en este libro que os enganchará desde el primer capítulo.  

Espero os haya gustado mi pequeña introducción a este maravilloso y lejano país poblado de buenas gentes, donde pasé una de mis navidades favoritas. Os deseo mucha felicidad queridos nómadas.

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