Yokohama y Narita, dos puertas a Tokio.

Cuando llegamos a Tokio podemos hacerlo a través de dos aeropuertos: el de Narita al este o el de Haneda.

El pueblo de Narita es el que queda más cerca del aeropuerto de su mismo nombre. Si planeáis un viaje por todo Japón es una buena idea pasar la primera o, incluso mejor, la última noche en Narita, para poder descansar y tener el aeropuerto cerca a la hora de partir.

Es un pueblecito con una esencia muy japonesa, nos encandila con sus callecitas estrechas y curvas pobladas por pequeños comercios y restaurantes. Tiene un pequeño parque de bomberos en el que entré un día, y donde los amables héroes me dejaron sacarles unas fotos a sus chaquetas, que me parecieron muy chulas. El camión apagafuegos era tamaño Barbie y Ken, allí estaban ellos sacándole brillo.

A unos pasos del centro llegaréis a uno de los templos budistas más grandes del país, de más de mil años de antigüedad llamado Naritasan Shinshoji Temple, al que rodean unos grandes y preciosos jardines.

Si habéis pasado la primera noche allí os podréis adentrar en Tokio desde la estación de tren que está en el centro del pueblito.

Si por el contrario voláis al aeropuerto de Haneda, al oeste de Tokio, la ciudad de Yokohama os quedará cerquita. Hace 150 años fue uno de los primeros puertos de Japón a abrir sus puertas al comercio exterior. Hoy en día podréis disfrutar de una feria o más bien un pequeño parque de atracciones en su embarcadero, le da mucha vida y color en las calurosas noches veraniegas.

Junto a la feria, amarrado, encontraréis un navío escuela. Me encantan los barcos de este estilo, con sus grandes mástiles me recuerdan a los primeros navegantes que, surcando mares, descubrieron tantas tierras lejanas.

Vecino del barco está el segundo edificio más alto de Japón, el llamado Yokohama Landmark Tower, con uno de los ascensores más veloces del mundo, se os taponarán los oídos de la rapidez si subís a su Sky Garden en el piso 69, desde donde se puede ver el Monte Fuji en un día claro. Cuenta además con dos amortiguadores de masa ocultos en el piso 71. Como recordaréis, el país tiene una gran actividad sísmica, por eso hay una separación de al menos un metro entre todos sus edificios.

La ciudad tiene un China Town o barrio chino con mucha vida. Allí además de muchas personas, encontraréis centenares de lugares para comer y hacer compras de lo más variopintas, no sin motivo dicen que es uno de los mejores del mundo. Su símbolo es “We are Chinatown”, somos Chinatown.

Detrás de la torre Landmark está la estación de tren Sakuragicho Station, desde allí se llega más fácilmente al centro de Tokio que desde Narita. Tenéis la opción de comprar una tarjeta de tren recargable, al dejar el país si no pensáis regresar, la podéis devolver y os reintegrarán el importe que pagasteis por ella. Yo guardé la mía, tengo claro que voy a regresar a este país tan fascinante. Son tan amables y detallistas que cuando la compras o la recargas en la oficina, ¡te hacen un regalito! Un paquete de pañuelos de papel con una figurita de origami, tan representativa de esta cultura, ¡muy cuqui!

Una mañana cogimos el tren a Kamakura, la que fue, hace 800 años, capital del Shogunato, que era el gobierno militar de Japón. El lugar está lleno de templos, que debo decir son fabulosos en este país, y siempre están rodeados de jardines, que son más bonitos todavía.

Cogiendo un bus desde la estación llegamos al Kotoku-in Temple donde habita el Great Buddha “Daibutsu”, uno de los dos Budas más grandes del país, aquí lo tenéis.

Cerca del Big Buddha, paseando por sus callecitas de muñecas, está el pequeño Shugenji Temple.

Explorando, llegamos a la playa, ¡la primera que piso en Japón!, sus arenas son volcánicas, debido a la cantidad de volcanes que forman el país. Una pancarta muy graciosa que vi allí nos indicaba que hacer en caso de tsunami: si ves movimiento raro en el mar, ¡corre!, raro, raro no estaba no, solo movidito.

Como julio es temporada de tifones la lluvia nos acompañó todo el día, no molestaba, al fin y al cabo es solo agua. Nos compramos unos paraguas en la tienda del yen, que es el equivalente al todo a cien, o todo a un euro. Tengo amis a quienes les encanta esta tienda, podéis encontrar de todo.

Equipados pero hambrientos regresamos al centro de Kamakura y en la calle Komachi encontramos además de mucha vida, muchos lugares para comer y tiendecitas muy cuquis, tanto unos como otros tenían sus altares en la entrada.

Hoy nos han acompañado muchos templos y Budas, por eso quería hablaros de un libro que ha sido muy especial para mi durante años, quizá el libro de papel que más kilométros ha recorrido conmigo, solo superado por mi Kindle, que ha dado ya varias vueltas al globo.

Se llama El despertar del Buda interior, la sabiduría del budismo para occidentales de Lama Surya Das y ha sido como una biblia para mí, me ha mostrado muchas enseñanzas budistas que he querido incorporar a mi vida y filosofía. Con él he aprendido muchos mantras que me encantan y algunas meditaciones. Si queréis adentraros un poco más en la filosofía budista este libro os guiará de una manera amena y fácil.

Como homenaje os dejo el mantra de la Gran Compasión.

Om Mani Pedmé Hung

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