Sí, lo has leído bien: hoy visitamos dos extremos. Uno de los barrios más modernos de Roma y uno de sus enclaves más antiguos. Mundos completamente distintos, pero igual de fascinantes.
Ostia Antica
Ostia Antica está a poco más de una hora de Roma. Quedamos con nuestros compañeros en la Piazzale Ostiense, justo a la salida del metro Piramide. Desde allí tomamos la línea Roma–Lido en la estación Porta San Paolo y viajamos hasta nuestro destino.
En la desembocadura del río Tíber se encuentran las ruinas de la antigua ciudad portuaria de Ostia Antica. Fue fundada por el rey Anco Marcio en el siglo VII a.C., aunque algunos restos datan del siglo IV a.C. Curiosidad para amantes de la lengua: ostium en latín significa “boca de río”.
El día era perfecto, y nos adentramos en un laberinto de calles, mosaicos y edificios antiguos. Ostia Antica no es tan conocida como Pompeya, pero merece muchísimo la pena.
Recorriendo el empedrado Decumanus Maximus, su calle principal, exploramos casas, tabernas, templos y mucho más. Las Termas de Neptuno conectaban el Decumanus con otro pórtico y en su día debieron de ser espectaculares. El emperador Adriano las reconstruyó a finales del siglo I a.C.
Más adelante llegamos al teatro, con capacidad para más de 3.000 personas. No era solo un lugar de espectáculos, también se cerraban aquí transacciones comerciales. A su lado, unos mosaicos con escenas de barcos y guerreros se conservan en un estado increíble.
En su época de esplendor, Ostia unía el Tíber con Roma, lo que dio lugar a un sinfín de negocios, como una taberna que servía pescado.
Mi rincón favorito fue la Domus di Amore e Psiche, una vivienda romana tradicional donde encontramos una preciosa estatua de estos amantes míticos.
La ciudad fue abandonada tras la caída del Imperio Romano, quedando enterrada bajo la arena a medida que avanzaba la costa. Irónicamente, esa misma arena la protegió, convirtiéndola en uno de los grandes tesoros arqueológicos.
A la entrada del parque, una fortaleza amurallada da paso al pequeño pueblo medieval de Ostia Antica —encantador, pintoresco y perfecto para un paseo breve. El día que fuimos, el pueblo estaba de fiesta y muchos vecinos vestían trajes medievales. Fue mágico.
EUR
De la historia antigua pasamos de golpe al siglo XX. El barrio de EUR fue construido para la Exposición Universal de 1942 —que nunca llegó a celebrarse— y su nombre significa Esposizione Universale Roma. Se llega fácilmente en metro o autobús.
Nos encontramos en la parada EUR Palasport, justo delante del Parco Centrale del Lago – Giardino delle Cascate. Otro día soleado perfecto para explorar.
Junto a nuestros compañeros y mi incansable amiga de viaje Anna, paseamos por el parque, entre lagos tranquilos y senderos arbolados. En una esquina encontramos el parque infantil de Pinocchio, con una ballena gigante y otras atracciones que por la noche se iluminan y cobran vida con el agua.
Y, como buen parque, tenía su grupo de gente practicando Tai Chi (¿o no parece esto sacado de una película?). En otra zona, descubrimos un partido de canopolo —imagina una mezcla de baloncesto y kayak—. Era la primera vez que lo veía y me pareció divertidísimo.
Subimos hasta el punto más alto del barrio para visitar la Basílica dei Santi Pietro e Paolo, de líneas modernas y consagrada en 1966.
Quizá la obra más impresionante de este barrio sea el edificio conocido popularmente como el Coliseo Cuadrado, cuyo nombre oficial es Palacio de la Civilización Italiana. Su estructura simétrica de arcos perfectos y fachada blanca lo convierten en un icono del racionalismo arquitectónico y en uno de los símbolos más reconocibles de EUR.
De vuelta a la avenida principal, enormes edificios inspirados en la Roma antigua nos rodeaban: columnas imponentes, hemiciclos y una rotonda coronada por un obelisco.
En el moderno Centro de Convenciones se celebraba ese día el Eternal City Motorcycle Show, una gran concentración de motos. Nos quedamos un rato disfrutando del espectáculo, pero pronto el hambre nos ganó: comimos algo y regresamos a casa.
Nota literaria
Antes de terminar, tengo que mencionar el segundo libro que he leído en italiano: Novecento, del maravilloso Alessandro Baricco. Es un monólogo en el que el narrador conoce a Novecento a los 27 años. Novecento nació a bordo del transatlántico Virginian. Un marinero lo adoptó, pero al morir este cuando el niño tenía ocho años, desapareció… hasta que un día lo encontraron tocando el piano.
Con un talento natural para la música, Novecento vivió siempre entre el mar y las teclas, sin haber puesto nunca un pie en tierra firme. A través de las historias de otros, recreaba vívidas narraciones de grandes ciudades y lugares de ensueño que jamás llegaría a ver.