La playa de Folly y el Faro de la isla de Morris. Charleston.

Seguimos descubriendo la luminosa Charleston, una ciudad costera rodeada de playas, islas y ríos que invitan a dejarse llevar por el ritmo del mar.

Una mañana las Cuatro Fabulosas acompañadas de dos caballeros andantes nos dirigimos a la Playa Folly, cruzando el rio Ashley, pasando por James Island, llegamos a la playa bañada por las aguas del océano Atlántico y que queda solo a 20 min en Uber del centro de la ciudad.

Allí paseamos por su largo muelle, desde el que muchos se animan a pescar. Eso sí, un cartel advertía con humor: tiburones, no. Y yo, para mis adentros, pensé: ¿qué tal si dejamos a todos los peces felices en el mar?

La playa es inmensa, no veíamos el final. Se ha convertido en un lugar popular para el surf ,con lo cual hay muchos negocios dedicados a ello, al igual que bares y restaurantes para comer y pasar un día agradable.

Las chicas querían relajarse y tomar un baño, yo tenía en mente conocer un faro del que nos había hablado Derek. Así que él y yo nos fuimos a buscar una bicicleta para lanzarnos a la aventura. La verdad es que fueron los 10$ mejor gastados de la semana.

El encargado de alquilar las bicis era todo un personaje, nos proporcionó dos bicicletas de esas que frenas con el pedal. Como muy bien sabe mi amigo Emilio, a mi lo de cambiar las marchas como que me sigue confundiendo, así que estaba feliz con esa novedad ciclística.

En medio de ese día y el calor partimos a ver el Faro de Morris Island. Yo esperaba un faro al final de la playa, pero no, para nuestra sorpresa no fue así.

Al llegar vi mis expectativas superadas, mar azul, bancos de arena, manglares y nadie más que nosotros, naturaleza pura. Dejamos las bicis atadas y nos pusimos en marcha.

El faro se alza en medio del agua. Cuando la marea está baja es posible caminar hasta él, aunque conviene recordar que, si sube, puede complicarse el regreso. Otra opción es llegar en kayak o en una pequeña barca.

Mientras caminábamos por la zona, nos topamos con una familia que estaba pescando el típico cangrejo azul de Carolina. A mí me daban pena; yo los habría liberado. Eran tan hermosos, con ese azul intenso y brillante que me dejó maravillada.

Algo más allá dimos con un pescador, sacó un pez local y nos lo mostró, liberándolo después por su pequeño tamaño. Pensamos que era un pez globo al que no le dio tiempo de hincharse para protegerse, con nosotros no había peligro, aunque sí mordió al pescador, ¡qué sabios son los peces!

De repente, fuimos testigos de algo maravilloso, de esas escenas que normalmente solo ves en un documental de National Geographic: delfines rodeando peces contra un banco de arena, y de pronto… ¡pum! saltaron fuera del agua para atraparlos, regresaron al mar y siguieron girando una y otra vez hasta acorralarlos de nuevo. Fue sencillamente impresionante.

Después de un par de horas disfrutando del lugar, emprendimos el regreso. Yo ya me había quedado sin agua con tanto calor, pero por suerte, antes de entrar al sendero que lleva al faro, encontré un cartel y, debajo, un grifo donde pude rellenar mi botella reutilizable, evitando así el uso de plásticos de un solo uso.

Regresamos rodando. A medio camino nos encontramos al dueño/personaje que nos dijo que dejáramos las bicicletas junto a las otras, y así lo hicimos, todo muy “de pueblo entre amigos”. Fuimos a buscar a los demás y comimos algo en un restaurante que había encima del muelle.

Nota literaria

Tras un día maravilloso frente al mar y sus paisajes, hoy solo me queda recomendaros un libro. No se me ocurre mejor elección que “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway, quizá su obra más famosa. Este libro es especial para mí: se lo presté a un pescador que no pudo dejar de leerlo hasta terminarlo.

Como el viejo pescador Santiago, que decide salir al mar tras casi tres meses sin pescar nada, nos enfrentamos a la perseverancia y al reto constante. Solo en su barca, lucha por atrapar una pieza enorme que no se rinde, enfrentándose a los elementos y a los depredadores que quieren arrebatarle su preciado merlín. Durante esos tres días de batalla, rememora su vida, los días más afortunados en el mar, y piensa en el joven Manolín, a quien ha instruido en el arte de la pesca y que siempre lo ha ayudado.

Finalmente, Santiago llega a puerto exhausto. Deja su barca y regresa a casa a descansar. Por la mañana, el pueblo es testigo de la magnitud del pez, del que solo quedan los restos atados a la barca del viejo pescador. La historia nos deja con la pregunta: ¿volverá Santiago al mar? ¿Fue esa su última gran hazaña?

Dedicado a P. un pescador que navega por aguas celestiales.

 

2 respuestas

  1. Siempre me ha llamado mucho la atención esa parte de Estados Unidos y muchísimo más desde que vi la serie Outer Banks ambientada en Carolina del Norte pero que se rodó por esos lares. Gracias por el post Alex. Un placer leerte como siempre.

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