Una tarde en Monti. Roma

 


Queridos nómadas, volvemos al Coliseo como punto de partida. Aprovecho para mencionar que en sus inicios se le conocía como el Anfiteatro Flavio, honoraba así a la familia que lo mandó construir. Su nombre actual le viene de la estatua del Coloso de Nerón que no hay llegado a nuestros días.

Es el monumento más importante de Roma y el más icónico, quizá sea la razón por la que muchos de mis paseos empiezan desde aquí.

En el lado donde se encuentra la boca del metro veréis a muchos turistas sacando fotos desde una zona más elevada, o igual habréis llegado a él por esa dirección. 

Si le dais la espalda veréis un pequeño puente elevado que cruza la calle, el Ponte degli Annibaldi, sobre él tendréis una buena perspectiva de la bella y máxima representación de la romanidad.

Debo añadir que el día que me paseaba con mi amiga Basak sobre el pequeño puente, nos dimos cuenta que a nuestra izquierda, según mirábamos al Coliseo, había una pequeña zona verde, y no había nadie, ¡nadie! Nos extrañó, porque como ya os contaba el centro de la ciudad está repleta de visitantes.

Después de sacarnos la foto de rigor seguimos por la calle que da a la Piazza di San Pietro in Vincoli, y su iglesia.

Os preguntaréis que tiene de especial esta basílica, os lo contaré.

En lleva vive el magnífico, esplendoroso y formidable Moisés de Miguel Ángel. Sus pliegues denotando tensión, la expresión, su cuerpo lleno de músculos y venas hinchadas, todo él representado en esta estatua de mármol blanco es soberbio y parece que en cualquier momento van a levantarse y acercarse a ti.

La razón por la que lleva cuernos parece venir de una traducción que se hizo del Éxodo, parece que decía que “de su rostro emanaban rayos de luz” y San Jerónimo lo tradujo como “que su rostro era cornudo”. En esos días se dieron cuenta del error y lo subsanaron, pero Miguel Ángel prefirió dejarlo así.

Con la emoción del Moises casi se me olvida contaros que la iglesia, además de ser muy bonita también alberga la reliquia de las cadenas con las que encadenaron San Pedro y varias obras de arte.

Al salir de la iglesia regresamos por donde habíamos venido, por los escalones de la llamada Scalinata dei Borgia, los cuales a través un mini túnel nos había llevado a la piazza.

Se llaman así porque llevaban a uno de los palacios de los Borgia. Existen sobre ellos varias leyendas algo sangrientas, pero mejor quedarse con lo bonitos que son con toda esta hiedra colgando sobre ellos.

Atraviesa la escalinata la Via Cavour, una de las avenidas más importantes de Roma que pasa por muchos de sus barrios más importantes.

 

Uno de ellos es Monti, donde nos encontramos hoy. Fue el primer rione (es así como llaman a los distritos desde la Edad Media) de Roma y comprende las colinas del Esquilino, Viminal, parte del Quirinal y del Celio, ahí están, por si os preguntabais como se llamaban las que todavía no han sido mencionadas.

Es una delicia recorrer sus estrechas y pintorescas calles.

Haciendo amigos en tiendecitas cuquis.

O entrando en el animado Mercado Urbano de Monti, el cual abre los fines de semana y este sábado estaba amenizado por un D.J. En su interior podéis encontrar todo tipo de artesanía, ropa vintage y otras cositas bellas.

Allí cerca queda la iglesia de Santa Maria ai Monti, no penséis que se me pasó, no. Ella lleva también el nombre del barrio  y le da nombre a la pequeña piazza que queda junto a ella.

En plena piazza también vimos una pequeña iglesia ucraniana que nos llamó la atención, la Chiesa dei Santi Sergio e Bacco degli Ucraini.

Nos había entrado la sed, así que decidimos encontrar un lugar para tomar algo, una terracita para ser más exacta, la de la Bottega del Café, en la misma Piazza della Madonna dei Monti. Un lugar frecuentado por romanos.

Allí pasamos unas amenizadas horas charlando mientras la pequeña plaza se iba llenando de personas con ganas de tomar algo, charlar y reír, se fueron juntado alrededor de la pequeña fuente del centro de la piazza. Parecía un “botellón” con la diferencia de que la gente entraba al pequeño bar o a algún restaurante a comprar la bebida para tomársela junto a la fuente.

El recuerdo del emperador Vespasiano, que fue quien inició la construcción del mencionado Coliseo me ha llevado a otra excepcional trilogía de un autor que ya conocéis, Santiago Posteguillo. En esta ocasión se trata de la Trilogía de Trajano, el que fue el primer emperador de origen hispánico de Roma y cuyo primer libro se titula “Los asesinos del emperador”. El libro empieza con Trajano como general de los ejércitos del Rin y el complot para asesinar al emperador Domiciano, y Trajano padre se encuentra en el lecho de su muerte. La historia hace un retroceso hasta la niñez y juventud del joven Trajano, momento en que se suceden varios asesinatos de emperadores como Nerón, el tacaño Galba, asesinado por el vividor Vitelio sucedido por el único que podía acabar con la barbarie y el caos que se había creado, Vepassiano.

La novela narra treinta y cinco años de la historia de Roma viendo crecer y formarse a Trajano mientras nos narra la historia paralela de Domiciano, hijo menos de Vespasiano y el peor y más sangriento emperador que jamás tuvo este imperio.

Numerosos emperadores, envenenamientos, pretorianos, amazonas, amistad, caos, la erupción del Vesubio, todo ello y más narrado de la fenomenal pluma de Posteguillo con la que aprendo tanto sobre la historia de Roma.

 

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