La Gran Barrera de Coral que me robó el corazón.

No me decidía sobre mi próximo destino australiano. Cuando conocí a Karen, de quien os hablé en otro post, me contó su experiencia en Whitsundays y ¡ahí me decidí!

Nunca había estado tan cerca de la Gran Barrera de Coral y quería ver el arrecife más grande del mundo que vive en el mar del Coral y es Patrimonio de la Humanidad.

Encontré un billete muy barato de avión de Brisbane a Prosepine y reservé un Airbnb, daba la opción de incluir el transporte desde el aeropuerto hasta la playa Airlie, que es el pueblecito donde me alojé y desde donde salen los barcos.

El aeropuerto es pequeñito y mi compañía de transportes tenía un stand en llegadas, tardamos una media hora en llegar. El apartamento quedaba a unos metros de la calle principal del pueblo, el lugar estaba rodeado de verde “tropical”.

Fui a dar un paseo y a unos metros encontré un café muy chuli donde me tomé mi chocolate mientras leía un libro.

El sol había bajado, así que me fui a explorar, no hay mucho, realmente se trata de una calle con oficinas que venden tours, bares, restaurantes y alguna que otra tienda. Hay una gran piscina-laguna artificial frente al mar.

Cuando es temporada de medusas no se puede nadar en el océano aunque resulte atrayente.

Mi amable anfitriona se ofreció a reservarme los tours con descuento. En mi segundo día me dirigí al puerto caminando, nos embarcaron en un gran catamarán y desde allí fuimos a nuestra primera parada, la playa de Whitehaven.

Si digo que es maravillosa me quedo corta; su arena blanca con un 98% de sílice y totalmente virgen, es sinónimo de paraíso.

Allí pasamos unas horas disfrutándola. En el barco nos habían dado un traje anti picadas de medusas, por si queríamos nadar. Yo me instalé debajo de una cabaña de troncos, me convertí en una mezcla entre Tom Hanks en “Náufrago” y Brooke Shields en “El lago azul”.

Volvimos a embarcar y nos dirigimos a la isla de Hamilton mientras seguía disfrutando del camino.

La isla de Hamilton es la más habitada de las 74 que forman el archipiélago de Whitsunday, que es también parte de la reserva natural de la Gran Barrera de Coral.

Es una isla ideal para ir de vacaciones, bucear, ir a ver el coral, en definitiva relajarse de la vida ajetreada del día a día.

Hay un punto elevado en la isla al que se puede acceder con el bus gratuito llamado, One Tree desde donde se puede admirar la costa y el mar, la vista es espectacular, como cada rincón de esta parte del planeta.

Tras un día maravilloso y un merecido descanso amanecí con muchas ganas de ver el arrecife de coral y me encaminé al puerto. El viaje en el gigantesco catamarán tarda unas dos horas, hace antes una parada en isla Hamilton para recoger más pasajeros.

Al acercarnos a nuestro destino y ver esas espectaculares tonalidades de azul, me iba quedando sin palabras.

Junto al arrecife Hardy hay un pontón o puente flotante, el barco amarró y todos bajamos, los equipos de buceo y snorkel están todos allí. Yo además me afiancé uno de los trajes anti picadura.

Y llegó el momento, al principio me llevé un cilindro flotante para chapotear por allí y me encontré a la fotógrafa rodeada de peces, la imagen era súper bonita, pude jugar con “Maggie” la pez ¡fue mágico!

Había además un barco con el fondo de cristal desde el cual se puede ver el coral de cerca sin mojarse. Algunos de los peces se acercaban curiosos, es imperativo cuidar de nuestros océanos, no podemos retrasarlo ni un minuto más… el coral se nos muere.

Comimos en el catamarán y seguimos nadando, yo subía a la cubierta superior para admirar su extrema belleza desde allí, mi alma se llenaba de gozo, otro de mis sueños se había cumplido queridos nómadas, dejé una parte de mi corazón en ese lugar.

La marea bajaba y el coral salía a la superficie, en el “heart pontoon” me enteré que se puede pasar la noche en el pontón, imagino que debe ser espectacular, así que me guardé la idea porque ese día, decidí que volvería.

Regresé enamorada, volví a subir a la cubierta superior para poder absorber toda la energía del lugar en el camino de vuelta.

Al día siguiente me fui con Lukas, mi compañero de apartamento, a disfrutar de la tranquilidad de la laguna artificial, charlamos, leímos y por la tarde mi transporte llegó puntual. De camino al aeropuerto vimos a varios canguros que nos observaron mientras comían.

En el barco había estado leyendo el segundo libro de una escritora novel que hacía poco había descubierto, Elisa Mayo. Su primer libro me gustó y en este viaje me llevé su segunda obra, “Una terraza frente al mar”, que mejor título cuando andaba yo rodeada de mar por todos los costados. La entretenida y fresca historia nos presenta a Vera, una chica que vive con sus amigas, cuando un verano conocen a Jorge y a sus amigos y forjan una bonita amistad y … nace el amor, un amor que no podrá ser por la complicada relación sentimental de Jorge. En la trama trata de temas de reconciliación familiar, acoso laboral, un chantaje unido a un tema truculento en el que se ven envueltos ¿lo resolverán?, ¿qué pasará con su historia de amor? Leedlo queridos nómadas, os pasará el tiempo volando.

Compartir en facebook
Compartir en twitter
Compartir en linkedin
Compartir en pinterest

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subsribe to my newsletter

Mis viajes alrededor del mundo siempre acompañados de un buen libro. My travels around the world always accompanied by a good book.